domingo, 8 de diciembre de 2024

La importancia de la ortografía en la vida.

Un adiós con tilde.

Y así, llegamos al final de este viaje por el mundo de la gramática. Un mundo donde los sustantivos son las flores que adornan nuestro jardín, los adjetivos son los colores que les dan vida, y los adverbios son los perfumes que los hacen irresistibles.

Donde las preposiciones son los puentes que unen las palabras, las conjunciones son los lazos que las atan, y los pronombres son los espejos que reflejan nuestra identidad.

Donde los verbos son los latidos del corazón, que dan vida y movimiento a nuestras palabras. Y donde el punto y seguido es el suspiro que separa las ideas, el punto y aparte es el abismo que las divide, y la coma es el puente que las une.

Donde las palabras graves son las raíces que nos anclan, las palabras agudas son las alas que nos elevan, y las palabras esdrújulas son los ritmos que nos hacen bailar.

Y en este mundo, querido lector, la gramática es la llave que nos abre las puertas de la comunicación, de la expresión y de la conexión con los demás.

Recuerda que la gramática es la herramienta que nos permite expresar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras ideas. Y que sin ella, nuestra comunicación sería un laberinto sin salida.

Así que, querido lector, usa la gramática con amor y con pasión. Haz que tus palabras sean un canto que eleve el espíritu, un baile que haga latir el corazón.

Y recuerda, que sin tildes perdidas, nuestra lengua sería un jardín sin flores, un canto sin melodía. ¡Así que usa la gramática con amor y con pasión!

La sílaba tónica, graves, agudas y esdrújulas.

La danza de las tildes en mi alma.

En el jardín de las palabras, donde las sílabas bailan y las tildes laten como el pulso de la vida, me encuentro perdida en el laberinto de las agudas, las graves y las esdrújulas. Pero no estoy sola, porque en este viaje me acompañan las palabras, esas criaturas caprichosas que se esconden detrás de las tildes y se revelan en la pronunciación.

Las palabras, como mis cuadros, tienen alma y vida propia. Cada una es una obra de arte que nos habla de la pasión y el dolor, del amor y la muerte.

En este rincón de mi universo, donde las palabras son mis amigas y mis confidentes, he descubierto que la tilde es el hilo que teje la música de la lengua. Y es por eso que he decidido embarcarme en esta aventura de explorar el mundo de las palabras agudas, graves y esdrújulas, en  sin tildes perdidas. Porque en este viaje, cada tilde es un faro que ilumina el camino, cada sílaba es un paso que me acerca a la verdad, y cada palabra es un regalo qué me revela la belleza del lenguaje.










Tabla 1 clasificación de palabras por acentuación 

Y así, llegamos al final de este viaje por el mundo de las palabras agudas, graves y esdrújulas.

Pero no te quedes solo con el conocimiento, querido lector. Invito a que uses las tildes en tu vida diaria, a que las hagas bailar en tus palabras y a que las sientas latir en tu corazón.

Recuerda que las tildes no son solo una regla gramatical, sino que son la esencia de nuestra lengua. Son el ritmo que hace que nuestras palabras sean únicas y especiales.

Así que, recuerda que sin tildes perdidas cada palabra es un mundo, un universo de significados y emociones. Y cuando las pronunciamos, estamos creando una obra de arte que nos conecta con la vida y con los demás.

El uso del punto y seguido, punto y aparte y la coma.

El ritmo de la puntuación

El uso correcto de la coma, el punto y seguido y el punto y aparte.

La vida es un tapiz de colores y emociones, y la puntuación es el hilo que lo teje todo, cada punto, cada coma, cada línea es una pincelada en el lienzo de la comunicación.


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Punto y seguido: La unión de las emociones

La vida es un río de emociones que fluyen sin cesar. El punto y seguido es como la unión de dos gotas de agua que se funden en una sola. Es la conexión entre las ideas, las emociones y los pensamientos. Es la forma en que las palabras se entrelazan para crear un tapiz de significado.

Punto y aparte: El silencio entre las palabras

El punto y aparte es como el silencio entre las palabras. Es el espacio que separa las ideas, las emociones y los pensamientos. Es el momento en que la mente se detiene para reflexionar, para sentir y para crear. Es el silencio que da significado a las palabras.

La coma: La pausa que da ritmo

La coma es como la pausa que da ritmo a la vida. Es el momento en que se detiene el tiempo para que podamos tomar aire, para que podamos sentir y para que podamos crear. Es la pausa que separa las ideas, las emociones y los pensamientos, y que nos permite ver el mundo desde una perspectiva diferente."

Esta actividad invita a usted el lector a identificar el uso correcto del, punto y aparte, punto y seguido y la coma, las cuales serán resaltadas en diferentes colores para su fácil visualización. 

 CAPÍTULO XXIII

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Y así, en una noche que escondía las lluvias del verano en un rincón, Frida recibió al Mensajero, le ofreció tequila y botana y le pidió audiencia con su Madrina, segura de terminar con ese dolor de tantos años, al que todos llaman vida. Para asegurarse de que ese sería su ultimo día, pidió a su fiel cocinera, Eulalia, que matara al gallo Cui-cui-ri, el que tan acostumbrado a los mimos y cuidados que se le profesaban ni siquiera sospechaba que también ese sería su último día en la Tierra. Para Frida, haber vivido más de lo que debía no fue placentero, pues nunca cesó su dolor de columna, ni el del corazón roto se le esfumó.


-Lo siento mucho, señor Cui-cui-ri, pero la niña Frida dio la orden -le dijo el mozo Manuel antes de torcerle el cuello.


Tal y como se indicaba en la receta, fue desangrado y se le quitaron todas las plumas, hasta dejar su blanca carne de burócrata al descubierto. Después Manuel lo acomodó en una olla de barro, de esas que Frida conseguía en los mercados, con adornos coquetos de dos palomas llevando una cinta en los piquitos con la leyenda de "Frida ama a Diego". Colocó la cazuela solemnemente en la cocina, que siempre se veía emperifollada por sus coquetos azulejos poblanos, y dejó ahí al animal para que Eulalia hiciera con él una de sus obras suculentas. La cocinera, limpiándose las lágrimas con el mandil, sacó las vasijas de especias de la alacena y las dispuso en fila. Luego organizó los utensilios de cocina como quien dispone el Instrumental para una operación quirúrgica. Escudriñó el cadáver del gallo y sintió un vacío tan grande en el pecho que ni el abrazo del buen Manuel la ayudó a calmarse. Ambos estaban al borde del llanto; algo de diablo tenía ese gallo, pues andaba por los patios de la Casa Azul desde la muerte de mamá Matilde, y esos eran muchos años para uno de su especie.


Cuando se quedó sin lágrimas, Eulalia dio inicio al espectáculo culinario. Siguió paso a paso la receta anotada en la pequeña libreta que Frida le entregó, hasta transformar al señor Cui-cui-ri en una delicia: un trastamal de pollo en hierba santa.


Frida pasó el día escribiendo en su diario. Las últimas páginas estaban abarrotadas de extrañas figuras aladas. No había autorretratos en ninguno de sus bosquejos, pues de espíritu celeste ella no tenía ni la moral ni la apariencia. Se afanaba en retratar la verdadera cara de su Madrina, pintando un ángel negro que se eleva hacia el cielo: el arcángel de la muerte. No recibió ese día a ningún amigo, pues esperaba una visita mucho más importante. Sólo Diego llegó por la tarde, y se sentó a su lado a platicar.


-¿Qué te has hecho, mi niña? -le preguntó el pintor sin dejar de pasar sus gordos dedos por la cadavérica mano de Frida.


-Durmiendo casi todo el tiempo, luego pensando.


-¿Y qué piensa esa tonta cabecita?


-Que solo somos muñecos y no tenemos ni un carajo de idea de lo que en verdad está pasando. Nos mentimos con la pendejada de que controlamos nuestras vidas simplemente jugando el papel de enamorarnos cuando vemos a un hombre, comiendo cuando sentimos hambre y durmiendo cuando estamos cansados. Y eso es una jalada de mentira, pues no tenemos control de nada -murmuró sin sentimiento Frida.


Diego tuvo que ofrendar una sonrisa amarga al percibir la lucidez que todavía existía en ese cuerpo destruido.


-Tengo un regalo para ti, Dieguito- musitó Frida con lentitud, arrastrando las palabras a causa de los narcóticos.


Sin soltar su mano, Diego la besó en la cara y le dedicó ligeros arrumacos.


Frida le entregó un anillo que había mandado hacer para su cumpleaños. Plata y piedra, tan grande como él mismo, excesivo aun para un ogro como Diego.


-Tú sabes que te quiero, ¿verdad? -murmuró Frida.


-Descansa... -le ordenó Diego, matando las lágrimas a punto de brotar.


Su mujer se moría, se desmoronaba como un castillo de arena consumido por la marea. Se recostó en la cama a su lado, y la abrazó. Permanecieron así varias horas. Convencido de que ya estaba dormida, se fue a trabajar a su estudio en San Ángel.


Las cortinas se abrieron para que el corcel blanco del Mensajero entrara al reino de la oscuridad. Las flamas de los innumerables cirios regados por el recinto brincaron de alegría y los huesos de las tumbas repiquetearon de gusto tratando de darle la bienvenida a Frida, que montaba en el lomo del caballo. El Mensajero se detuvo frente a la mesa, en medio de un gran festín dispuesto a manera de altar de muertos. Frida desmontó y se separó con cuidado de su guía, y el revolucionario, de manera seca pero amable, se despidió con una inclinación de cabeza.


Ante sus ojos estaba la ofrenda de muertos más bella que había visto. Jocosamente acomodadas flotaban las calaveras de azúcar con todos sus empalagosos dientes; en la frente mostraban sus nombres titilantes, que eran los de todas las personas a quienes ella había querido: Nick, León, Diego, Guillermo, Georgia... Había panes de muerto azucarados, circundados por flores rebosantes de esplendor naranja. Y la más deliciosa colección de platillos de su propio repertorio: los chiles rellenos de Lupe, las costillitas del doctorcito, el tiramisú de Tina, las nieves del Tepozteco, el pay de manzana de Eve, los polvorones de mamá Matilde, el mole poblano de su boda, los caldos de Mati, el pipían de los Covarrubias, y, en el sitio de honor, el tamal de cazuela en hierba santa, que aún desprendía los olores que se fugan del horno cuando se está cociendo.


-Me has llamado, y estoy aquí -apareció su Madrina, sentada en medio de todas las delicias culinarias que algún día Frida le ofrendó.


Como siempre, un velo negro le cubría la cara, pero ahora vestía un conjunto pomposo y elegante: un hermoso traje europeo de encajes blancos y holanes pizpiretos que se alzaban hasta su cuello. Su corazón descubierto palpitaba como tambor. En el centro del altar, sobre el pedestal de barro con motivos prehispánicos, un cirio se ahogaba en un gran charco de cera multicolor. Su raquítica flama se resistía a que la brisa gélida, propia de difuntos, le arrebatara el último soplo de vida a su agonizante propietaria.


Frida dio un paso al frente, colocándose a su diestra. Notó que estaba vestida en su ropa de tehuana de colores jungla y cielo, y atado a la cintura un cordón bordado en tonos de atardecer en Cuernavaca.


-¿Estoy muerta al fin? -y al preguntar se le esfumó el dolor, dejándolo acaso como un frágil recuerdo, como un eco de su vida pasada.


-Todavía no, pues pediste audiencia. Aún alumbra tu pabilo de la vida, pero pronto se agotará, como tu tiempo en la Tierra. Es cuestión de unos suspiros más -dictó su Madrina señalando la flama de la veladora que daba sus últimos brincos-. Por ello ven, siéntate y bebe conmigo, que es un deleite este reencuentro después de tantos años.


De una elegante botella azul sirvió un tequila que des prendió vapores de encanto y perdición. 


-El trato que hicimos fue un desastre. Me vas a explicar qué clase de chingadera me diste, y si tiene algún alivio mi vida, porque desde el principio me llevó la tostada -soltó Frida con rabia.


Muchas palabras se habían acumulado durante todos esos años de sufrimiento, guardadas para ser dichas en el preciso instante en que viera a la muerte, pero le habían salido del alma, sin pensarlas, y esas son las que más verdad dicen. Su Madrina permaneció quieta como una reina, guardando con más clase que seriedad los títulos que como señora de la muerte portaba.


-Tú lo escogiste, no yo.


-Una chingadera -respondió con más coraje.


Fue un grito desesperado. No necesitaba explicarle que cada día fue muriendo, ya por enfermedad, ya por amor herido. Quizá continuó respirando cada día, aferrándose a su pintura como un alivio al alma, que no a sus pesares, pero hubo de pagar un precio muy alto por cada día vivido. No necesitaba explicárselo, su Madrina ya lo sabía.


-Si deseas anular nuestro trato, quedará revocado. No tienes que continuar si te sientes engañada. Pero no intentes engañarme. Nadie puede hacerlo -advirtió con voz truculenta, ni esconderse de mí. Recuerda: mi promesa está sellada con la vida - ejecutó la soberana.


Ante esas palabras, Frida sintió el pecho más ligero, más libre su culpa, más delgado su cuerpo y más ágiles sus piernas: volvía a ser la Frida con falda de colegiala y medias altas. La Frida de caireles, la joven a quien un tranvía embistió, a quien un tubo le atravesó el cuerpo... la joven que ese día murió. En la mesa del altar su vela se había transformado en una hermosa candela de cera blanca, y aunque joven, su rutilante flama anunciaba que pronto la desplazaría un fino hilo de humo mortuorio...


-¿Cómo es que puede disolverse tan fácilmente este trato? ¿Es así de sencillo? ¿Acaso no fue escrito con sangre? La muerte no puede ser tan comprensiva. De eso estoy segura.

 

-Frida, todo puede dejar de existir con facilidad, te lo digo yo que soy experta en el asunto, pero no dudes que tus acciones tienen consecuencias, aunque sean ínfimas. Cada decisión será escrita en tu destino.


-¿No habrá fuegos artificiales o diablitos que estallen?


Esto es absurdo. No puedes llegar y decirme que todo lo que he vivido se lo lleva la tostada sólo porque así lo mandas - repuso más admirada que desilusionada la Frida joven.

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Para su sorpresa, de inmediato apareció la pareja de changos que la habían recibido la primera vez, y le gritaron haciendo muecas grotescas:


-¡La bailarina ya volvió! ¡La bailarina ya está aquí!


A su lado, el Judas de cartón y la calavera brincaban de alegría, como si nunca hubiera salido de aquel extraño episodio que soñó cuando sufrió el accidente del tranvía.


-Frida, la muerte no tiene pirotecnia. Sólo te mueres. Es más sencillo de lo que crees -tuvo que explicarle su Madrina. Frida se mantuvo en silencio un tiempo, asimilando una realidad que le ofrecía morir en el autobús embestido por el tranvía, en brazos de su querido Alex. Tendría que pensar un mundo sin Diego, sin su pintura, sin sus dolores constantes. No pudo hacerlo, sólo había vacío.


-Si nada de lo que he vivido ha sucedido, si nunca me casaré con Diego, ni desfilaré por los hospitales sufriendo un dolor continuo, entonces ¿Qué pasó con Diego?, ¿Qué fue de mi familia? -susurró aturdida por el terremoto en su mente.


-La gente continúa su vida cuando mueres. El reloj no se detiene para ningún mortal -manifestó la muerte-. Pero si tanta es tu duda, aquí lo tienes reveló ofreciéndole un caballito de tequila.


Frida lo aferró en sus manos. Sintió miedo de beberlo, pues las revelaciones, aunque fortalecen, siempre duelen. Sin pensarlo más, vació el contenido en su garganta, y antes de que el alcohol pegara en su mente, las imágenes aparecieron.


Diego no se veía mal. Más delgado que de costumbre, tatemado de la piel. El sol californiano le sentaba bien, al igual que la casa de techos extendidos con tejas españolas que recordaban los elegantes sombreros chinos. También la alberca era digna de quitar un respiro por su tamaño y lujo. Varios cipreses guardaban la mansión como soldados afilados a su alrededor. La mujer de gafas no soltaba el brazo de su marido, el famoso pintor. Ella misma era una pieza digna de presumir, pues el bello cuerpo que tenía desde que se había casado con Charles Chaplin, estaba ahí. Paulette Goddard se había encargado de preservar su belleza para cumplir todos sus deseos. Marido y mujer desayunaban entre los jardines, dejando que los reporteros descargaran sus cámaras para re- tener un momento de la pareja de moda recién llegada de Eu- ropa, donde Rivera había pintado un mural para la empresa Michelin. Diego hablaba un inglés fluido, pues desde que comenzó a trabajar en San Francisco no había vuelto a México. El de Paulette era su cuarto matrimonio, y no sería el último. La Goddard lo presumía como presa de caza, a quien podía montar en su chimenea hasta que ambos descubrieran otras parejas: Diego alguna incipiente estrella rubia, y Paulette a otro empresario para escalar al éxito.


En cambio, Cristina se veía mal, el golpe en el ojo no le favorecía, menos la delgadez extrema. Su hija Isadora le ayudaba a recoger la casa abarrotada de toques burgueses. Lo hacían en silencio, aterradas de que el padre de Isadora las sorprendiera con los quehaceres sin terminar. Antonio no había sobrevivido las fiebres. Lo habían enterrado al lado de su padre Guillermo, que murió sólo dos años después de enterarse del trágico accidente que le arrebató a su hija predilecta. Mamá Matilde había controlado a la familia como había podido, pero Cristina no era brillante en sus decisiones. Estaba condenada a ser una mujer golpeada, viviendo con el pavor de la sombra de su esposo. A veces deseaba pedir ayuda a su hermana Matilde, pero tendría que hacerlo a escondidas, ya que estaba prohibido hablarle. Vivían su crisis como todas las familias mexicanas: aguantando y en silencio. Para ellos la vida exterior era algo lejano, los periódicos solo hablaban de personas que nunca se cruzarían en sus vidas. Personajes que salían en las noticias, como la emigrada italiana Tina Modotti, muerta a balazos cuando caminaba abrazada de su amante, el socialista cubano Julio Antonio Mella; o el famoso líder socialista León Trotsky, envenenado en Estocolmo por un agente estalinista; o el mismo Nickolas Murray, que siempre fue fotógrafo de revistas de modas, exitoso y cosmopolita, tristemente algunas veces las vidas no cambian.


No, para la familia Kahlo todo eso era ajeno, más aún el arte, burgués y elitista, lejano de todas las casas de México donde el precio de la tortilla es más importante que el manifiesto socialista sobre la pintura. En ese gobierno no había espacio para grandes artistas, solo existían conspiraciones y titubeos para aliarse con el próximo candidato destapado en la farsa democrática del partido oficial. No había muralistas, pues los grandes pintores prefirieron hacer carrera fuera de un país hostil a la cultura, donde los logros educativos estaban resumidos llanamente en cifras de discursos ante obreros hambrientos dominados por un corrupto sindicalismo. Así vivía la familia Kahlo cada día, con la ligereza de la inocencia de no saberse importantes, y la reconfortante idea de una sociedad que para sentirse nacionalista no necesita los lienzos con colores de sabor sandía, mango, limón, pitaya o guanábana.


-Es doloroso verlo, debe ser una maldición poder ver todo desde tus ojos -lagrimeó Frida, mareada por la cachetada de realidad que acababa de recibir.


-Hija, no soy maldita, ni bendecida. Soy sólo yo y mi labor es como cualquier otra. Para algunos soy algo bueno, para otros una abominación. Al final, soy la misma para todos-aclaró su Madrina.


-No puedo dejarlos así. El vacío acongoja. Es mayor que el dolor físico de la vida. No puedo dejar que las cosas tomen ese rumbo. Si es que necesito volver a sufrir uno a uno mis padecimientos, calamidades y penas para recuperar el curso de los acontecimientos, entonces tendré que volver a tomar tu trato.


-¿Volverías a vivirlo todo? ¿Aun sabiendo cuánto dolor te aguarda? Recuerda que no habrá cambios, es un camino que ya conoces -se aseguró la soberana.


Frida sólo afirmó con la cabeza. Se veía tan infantil, tan inocente. No era la Frida seca y berrinchuda que se consumía en la Casa Azul. Era una Frida con ganas de vivir.


-¿Qué me asegura que todo lo que viví no fue más que una imagen como la que me acabas de enseñar? ¿Acaso no sería sólo una ilusión que viví como real, para que no aceptara el trato de vivir y asumir mi muerte? Tus trucos son difíciles de distinguir.


-Ni siquiera yo puedo asegurarte que tu vida fue un reflejo en tu mente. Si eso fue, y deseas volver a andarla, no cambiará en nada. Tan sólo sufrirás dos veces las mismas desgracias. Retomarás el mismo camino, harás las mismas decisiones y golpearás las mismas paredes -manifestó la muerte.


Frida entendía, su corazón se estrujaba nervioso ante la idea del dolor y la pasión que volvería a vivir, aunque la primera vez sólo hubiese sido un reflejo ofrecido por su Madrina.


-¿Por qué me escogiste a mí? ¿Por qué yo? No soy nadie para que me ofrezcas una oportunidad así. Sólo soy mujer como cualquier otra. Yo no veo nada grandioso en mí.


-Todas las mujeres son grandes. Cada una es mi ahijada por derecho propio; así como yo poseo el don de la muerte, ustedes el de la vida. La única razón eres tú misma. Porque eres Frida, y sólo hay una Frida. No se necesita otra razón más poderosa que esa -reveló su Madrina invitándola a sentarse a su lado. Luego le preguntó-: ¿Estás lista para volver a vivir?.


La muerte extendió su mano en la que sujetaba una pinza quirúrgica que apretaba la vena conectada a su corazón. Antes de tomarla, Frida le pidió: -Pero antes de volver a recorrer mi destino, deseo ver tu verdadero rostro.


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La mujer se quitó el velo, sentándose al lado de Frida tehuana que asió la mano de su Madrina, la Muerte, conectando la vena a su corazón para que volviera a latir. La llama en la vela del altar adquirió fuerza, consumiendo con glotonería la cera y alumbrando por sí misma todo el lugar. Frida miraba su rostro debajo del velo negro, pues tal como ella le había explicado, ella era el final, pero cada mujer era el inicio. Las dos se contemplaron. Frida se encontró a sí misma, con el corazón unido, sangrando por la vida que tendría que volver a sufrir, y antes de despertar, contempló a las dos Fridas en todo su esplendor.


-¡¿Ya has despertado, niña?! Es una buena señal. Ahora debes permanecer tranquila para aliviarte pronto... -le dijo la enfermera en la Cruz Roja. Frida sobrevivía a su primer accidente, el del tranvía. Antes de perder la memoria de todo lo anterior, pensó que le faltaba aún sobrevivir a su peor accidente: Diego.


A las cuatro de la madrugada Frida se quejó con voz adormecida, apagándose cual vela con pabilo corto. La enfermera que la cuidaba la calmó con unas caricias suaves en la mano, alisándole las sábanas para que prosiguiera su sueño, mientras se quedaba a su lado, como una madre que cuida el sueño de un recién nacido.


La enfermera se quedó dormida y despertó al oír el re- piqueteo de la campana. Eran las seis de la mañana cuando tocaron a la puerta de la Casa Azul. Se avivó para saber si alguien se acomedía a abrir el portón. Mientras Manuel se levantaba para ir a abrir la puerta, ella se percató de que Frida tenía los ojos abiertos, fijos, la mirada perdida. Sus manos estaban sobre las sábanas, como muñeca que juega a estar dormida. Le tocó las manos: estaban heladas.


Manuel abrió el zaguán pero no descubrió a ningún ser viviente. La calle estaba vacía, salvo por un jinete que sobre su caballo blanco se perdía entre las calles empedradas, dejando tan sólo el eco de los cascos resonando por las casas. Cuando entró de nuevo a la casa, la enfermera le dio la noticia, y él salió disparado hasta San Angel, donde Diego había ido a pasar la noche.


-Señor Diego, se nos murió la niña Frida.


2006,2016, AUTORA: F.G HAGHENBECK.

Bajo el seudónimo de: Alexandra Sheiman,

Titulo de libro: Hierba Santa.

Extracto del libro: CAPITULO V

Primera edición: agosto del 2009

Primer edición en esta presentación: febrero de 2016

ISBN:978-607-07-3311-6


2009, 2016, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.

Bajo el sello editorial de PLANETA M.R.

Avenida Presidente Masarik núm., 111, piso 2

Colonia Polanco V sección

Delegación Miguel Hidalgo

C.P. 11560,Mexico D.F.

www.planetadelibros.com.mx

lunes, 11 de noviembre de 2024

Explorando la Gramática y Ortografía

 Un Análisis Colorido

Introducción:

Esta actividad invita ha usted el lector a identificar elementos gramaticales y el uso correcto de las letras B, V, LL, Y, S, C, Z y CH.  Y los SUSTANTIVOS, ADJETIVOS, ADVERBIOS, PREPOSICIONES, CONJUNCIONES, PRONOMBRES, y VERBOS. Para facilitar el aprendizaje y hacer el análisis más visual, cada categoría gramatical y ortográfica será resaltada en diferentes colores, permitiendo patrones ortográficos y gramaticales en un contexto narrativo. A través de esta práctica, desarrollarás una comprensión más sólida del lenguaje, mejorando tanto su precisión ortográfica como su habilidad para analizar la estructura gramatical de los textos en español.


CAPÍTULO V

Frida Kahlo, creado con IA



"¡La bailarina, la bailarina!", se escucharon los gritos de voces infantiles que resonaron en la cabeza de Frida como un eco tonto. Abrió los ojos para encontrarse con un cielo azul eléctrico que se arremolinaba con nubes de pinceladas de algodón de azúcar ocupadas en seducirse con caricias y arrumacos y que a ella le recordaban un gran caldo en ebullición. Notó que las palabras provenían de un gran árbol de aguacate de hojas enormes como sábanas. En la copa de la floresta, un par de changuitos araña brincaban en su fandango, haciendo bromas que invariablemente terminaban en carcajadas de aromática menta. Frida se incorporó sin perder de vista al par de monos que habían decidido hacer de ella el blanco de sus burlas.


-Yo no soy bailarina, tengo una pierna afectada por la polio... -les gruñó levantándose la falda hasta la rodilla para mostrar su raquítica pierna, semejante a una varita de canela.


Los monitos se asomaron para analizar el miembro con detenimiento. Uno, imitando a un doctor, se colocó un par de espejuelos. Durante un minuto, entre muecas exageradas, inspeccionaron a Frida. Se miraron seriamente entre , y remataron en una carcajada olorosa a manzana fresca. -¡Tiene la pata chueca! ¡Tiene la pata chueca! -cantaron con desparpajo. Frida se levantó del suelo molesta, sintiéndose desubicada al descubrir el extraño lugar donde había recobrado el conocimiento. Su mirada buscó infructuosamente algún objeto para arrojárselos y romperles la testa a fin de acallar así sus malintencionados comentarios.


-¿Y quiénes son ustedes? Supongo que unos léperos, así se entretienen en la calle soltando majaderías a cualquier mujer que se les cruce...


-¡Vaya que tenemos nombre! Y si no te gusta, poseemos varios para dar y regalar... Mis amigos y parientes me llaman el honorable señor Chon Lu, pero como tú no eres ni lo uno ni lo otro, puedes llamarme "señor"...


Frida golpeó molesta el piso, lo cual ocasionó que las carcajadas se extendieran como disco rayado. Al darse cuenta de que era inútil razonar con ellos, les gritó una sarta de palabras altisonantes que hizo que la pareja de cómicos peludos se escondieran detrás de los árboles. Satisfecha por su logro, se dedicó a investigar el paraje con la vista: se encontraba en medio de un gran espacio que se extendía para perderse en el desfile de casas que formaban una gran plaza. Seguro estaba cerca de Coyoacán, pues entre las fachadas reconoció los arcos del parque y distinguió también La Rosita, una pulquería cercana a su casa. A lo lejos vio la cúpula y las torres de la iglesia, e incluso creyó oler los vapores del atole caliente. Todo el lugar estaba iluminado por miles de velas que danzaban al ritmo de las llamas consumidas por la cera. Las había grandes y robustas, chicas y desgastadas. Todas tan distintas como personas hay en esta vida. Entre esas candelas, la sombra de Frida trataba de alcanzar una mesa elegantemente adornada con flores y frutos tropicales que enseñaban sus interiores carnosos cual lujuriosos exhibicionistas. Había platones con guanábanas, granadas y sandías sonrojadas, que compartían su espacio con un enorme pan de muerto cuyos huesos, perfectamente labrados, estaban cubiertos por exquisita azúcar. -¡Bienvenida! Hemos invitado a todos para la celebración -le dijo uno de los convidados al banquete.

Se trataba de una calavera de papel maché que sorbía con deleite una tacita de chocolate en la que remojaba una rebanada de pan de muerto. Al ver a Frida, se expandió la cuenca de sus ojos y sus dientes se volvieron una mazorca sonriente. A su lado un Judas de cartón se reía moviendo sus enormes bigotes. Sus cohetes le rodeaban como un espino. Y en la esquina, la escultura precolombina de una mujer embarazada que presumía su hinchada panza soltando frases en náhuatl mientras su feto se revolcaba como ratón dentro de un queso.


-¿Y qué celebran ustedes? Aún falta mucho tiempo para el Día de Muertos -reclamó Frida, notando que ya no estaba desnuda ni herida. Ahora vestía una larga falda color fresa con bordados en chabacano que retozaban como perritos con las flores de su blusa, enroscándose en tejidos oaxaqueños y persiguiéndose en bordados tarahumaras. Al verse tan engalanada y peinada con una complicada trenza, decidió integrarse al convite formado por esos insólitos personajes prófugos de su más alocado sueño.


-Aquí todos los días son Día de Muertos-explicó la calaca cortando un trozo de pan que al contacto con el cuchillo despidió un delicioso aroma de azahares.


-¡Ya le tocaron los huesos del pan! ¡Ya se la llevó la tilica y flaca! -gritaron desde su escondite los monos araña entre chocantes carcajadas.


Frida se limitó a enseñarles la lengua, acción poco educada pero bastante reconfortante. En ese momento, su razón colocó los tabiques del entendimiento y comprendió que el convite se celebraba en un cementerio. Las lápidas miraban la fiesta con sus caras largas y los mausoleos hacían guardia cual soldados de un castillo lejano.


-Hay que esperar a la jefa para comenzar -anunció la calaca.


-A su majestad -agregó el Judas sin parar de reír. -A que llegue la señora -remató la escultura de piedra.

La catrina, generada con IA
Frida, invitada a tan agradable festividad, no puso en duda la necesidad de esperar a la anfitriona, y para matar el tiempo se entretuvo viendo cómo las frutas de la mesa ejecutaban su danza de apareamiento cantando muy entonadas La Llorona:


Todos me dicen el negro, Llorona,

 negro pero cariñoso.

 Yo soy como el chile verde, Llorona,

 picante pero sabroso.


Y vaya que eran entonados. Esos cocos, chiles y duraznos sabían llevar muy bien el ritmo. Su canto invitó a bailar a un par de muñecas, una de cartón y la otra vestida de novia, que se sonrojaba ante las coquetas sonrisas de la sandía. Mientras se llevaba a cabo el espectáculo musical, se abrieron un par de cortinas a manera de telón para mostrar una engalanada figura vestida con falda rosa guayaba, salpicada de semillas tejidas y adornada con flores nerviosas que cascabeleaban sus pétalos. La blusa era todo un remolino en ebullición, donde los colores del chile luchaban por sobresalir sobre el negro mole de la tela.


La aparición de la mujer fue arrolladora, digna de una emperatriz, pero Frida se sentía frustrada al no poder ver la cara que se escondía tras el velo. Las frutas continuaron con su melodía, entonando para la recién llegada con bombo y platillo:


La pena y lo que no es pena, Llorona, 

todo es pena para

Ayer lloraba por verte, ¡ay, Llorona! 

Y hoy lloro porque te vi.


La mujer levantó su mano izquierda, en la cual sostenía su corazón que palpitaba al ritmo de la melodía.

-La señora va a hablar-dijo muy solemne la calavera. -Jefa, échese una anunció el Judas sobando la panza de la escultura embarazada


La mujer del velo giró hacia la recién llegada Frida. Usó las pinzas quirúrgicas que tenía en su mano izquierda para arrancar la vena de su corazón y una lluvia de sangre comenzó a manar salpicando su vestido. Entonces comenzó a recitar con voz tierna:


La vida callada 

Dadora de mundos 

Venados heridos

 Ropas de tehuana... 

La muerte se aleja

 Líneas, formas, nidos

 Las manos construyen

 Los ojos abiertos 

Los Diegos sentidos

 Lágrimas enteras 

Todas son muy claras

 Cósmicas verdades

 Que viven sin ruidos

 Árbol de la Esperanza 

Mantente firme.


Los aplausos retumbaron, y aparecieron nuevos comensales: un venadito nervioso, un perro desnudo parecido a un cerdo y un par de pericos del color del pimiento morrón.

 -Yo conozco esa voz-dijo Frida-. La oí por primera vez cuando tenía unos seis años y viví intensamente la amistad imaginaria con una niña de mi edad. -La mujer movió la mano, invitándola a continuar su relato-: Fue en la ventana del que entonces era mi cuarto y que daba a la calle de Allende. Cubrí con un soplo de vaho los cristales de la ventana y con el dedo dibujé una puerta y por esa puerta salí volando alegre y presurosa. Atravesé todo el llano y me adentré al interior de la tierra, donde siempre me esperaba mi amiga. Era alegre y ágil bailarina que se desplazaba como si no tuviera peso alguno. Yo imitaba todos sus movimientos y mientras ambas danzábamos le contaba mis problemas secretos. Puedo asegurar que esa amiga eres tú.

-Yo lo recuerdo como si fuera ayer, Frida, mi linda ahijada Bienvenida a mi casa, adonde tú perteneces -le dijo la mujer.

El corazón hizo reverencia, saludando amablemente a la invitada.

-Si tú eres la que detiene el corazón y quita la vida, entonces estoy muerta? -pensó en voz alta la muchacha asustada.

En respuesta, la calavera solo le ofreció una sonrisa formada por dos elotes que desgranaban los dientes.

-Acudiste a mi llamado. ¡Celebremos tu llegada!


La muerte, generada con IA

Frida se levantó al tiempo que arrojaba su pan. Ese desplante, rudo y grosero, asustó a las calabazas, las cuales corrieron a esconderse detrás de las papayas, que rugían enseñando sus semillas.



-Madrina, no quiero contradecirte, sé que no se te puede ganar pero creo que me engañaste, y de muy mala manera.

-¿Cuestionas lo que está escrito por el destino, niña?

-Ay, Madrina, yo apenas comenzaba a disfrutar de los placeres de la vida y ahora me sales con que la fiesta terminó. ¿Qué no sabes que quiero casarme con Alejandro y tener hijos? Además estoy lista para ser una gran profesionista y una bella dama. ¿Por qué pretendes arrebatarme esa oportunidad? No es justo, de ninguna manera.

-Nadie dijo que la vida es justa, simplemente es vida.

-Me hiciste trampa. Y a mí no me vas a ver la cara de tonta. Exijo, en nombre de la libertad que cada ser tiene por derecho propio, que me regreses a mi casa, porque Ale y mi familia deben estar preocupados por mí.

-¿Exiges? ¿Tú? Inocente Frida, tus ojos son tan mundanos que no entiendes que soy la más comunista de todos los seres. Para mí no existen ricos ni pobres, grandes ni pequeños. Todos, sin excepción, terminan aquí, conmigo.

Frida rebuscó en sus pensamientos y en cada rincón de su corazón, pues pasión por la vida era lo que le sobraba. Así que armándose de valor, murmuró:

-Debo seguir viviendo. Te lo pido por favor.

-No puedo mantener vacío tu lugar en mi reino. El orden es indispensable, y si se ha escrito que me perteneces, aquí debes estar le explicó con un tono maternal.

-¡Podrías poner mi retrato en ese lugar! Una pintura tan parecida a mí que al verla todos digan "es ella misma".

Su Madrina no contestó. Durante varios minutos todos permanecieron quietos. La calavera de cartón se empeñaba en masticar su pan en silencio y los monos husmeaban sin reírse en espera de la respuesta.

-Es posible que una pintura cubra tu lugar, pero te advierto que al pasar los años estarás cada vez más cerca de mí y te arrancaré en pedazos la vida que tanto añoras. Hay cosas que el hombre no puede deshacer, pero te concederé la gracia que me pides solo porque has logrado alegrarme la fiesta. Antes de que nos despidamos usaré el privilegio de ser tu Madrina para obsequiarte un pensamiento: Frida, ten miedo de lo que quieres... algunas veces se cumplen esos deseos.

-No te decepcionaré, Madrina. Prometo no olvidar nunca tu gentileza.

-Frida, si lo que deseas es brindarme pleitesía, habrás de hacerme una buena ofrenda cada año. Yo con felicidad disfrutaré los alimentos, flores y regalos que me ofrezcas. Te advierto: siempre desearás haber muerto hoy. Me encargaré de recordártelo cada día de tu vida.

-¿Una ofrenda en el Día de Muertos? ¿Eso deseas? preguntó apresurada Frida, como si no hubiera escuchado la advertencia de su Madrina.

Y sin más, despertó en el hospital de la Cruz Roja.

La mujer del huipil, la tehuana de colores afrutados, había desaparecido. En su lugar estaba una enfermera rechoncha y cachetona que al verla despertar le dijo con alegría: 

¿¡Ya has despertado, niña?! Es una buena señal. Ahora debes permanecer tranquila para aliviarte pronto... Por desgracia, la mujer se equivocó: pasó un mes en el hospital y tres más en su casa. Su columna vertebral se fracturó en tres pedazos. Tenía rota la clavícula, las costillas y la pelvis. Y once fracturas en la pierna derecha. El doctor opinaba que era un milagro que siguiese viva.


LA FIESTA DE LOS MUERTOS


Los mexicanos nos reímos de la muerte. Cualquier pretexto es bueno para la pachanga. El nacimiento y la muerte son los momentos más importantes en nuestra vida. La muerte es luto y alegría. Tragedia y diversión. Para convivir con la hora final hacemos nuestro pan de huesitos azucarados, redondo, como el ciclo de la vida; y al centro, el cráneo. Dulce, pero mortuorio. Esa soy yo.


2006,2016, AUTORA: F.G HAGHENBECK.

Bajo el seudónimo de: Alexandra Sheiman,

Titulo de libro: Hierba Santa.

Extracto del libro: CAPITULO V

Primera edición: agosto del 2009

Primer edición en esta presentación: febrero de 2016

ISBN:978-607-07-3311-6


2009, 2016, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.

Bajo el sello editorial de PLANETA M.R.

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Colonia Polanco V sección

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La importancia de la ortografía en la vida.

Un adiós con tilde . Y así, llegamos al final de este viaje por el mundo de la gramática. Un mundo donde los sustantivos son las flores que ...